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¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!

Día 6: La Crucifixión

Viernes

Marcos 15:16-41 NTV

16 Los soldados llevaron a Jesús al patio del cuartel general del gobernador (llamado el pretorio) y llamaron a todo el regimiento. 17 Lo vistieron con un manto púrpura y armaron una corona con ramas de espinos y se la pusieron en la cabeza. 18 Entonces lo saludaban y se mofaban: «¡Viva el rey de los judíos!». 19 Y lo golpeaban en la cabeza con una caña de junco, le escupían y se ponían de rodillas para adorarlo burlonamente. 20 Cuando al fin se cansaron de hacerle burla, le quitaron el manto púrpura y volvieron a ponerle su propia ropa. Luego lo llevaron para crucificarlo.

 

21 Un hombre llamado Simón, que pasaba por allí pero era de Cirene, venía del campo justo en ese momento, y los soldados lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. (Simón era el padre de Alejandro y de Rufo). 22 Y llevaron a Jesús a un lugar llamado Gólgota (que significa «Lugar de la Calavera»). 23 Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él lo rechazó.

 

24 Después los soldados lo clavaron en la cruz. Dividieron su ropa y tiraron los dados[c] para ver quién se quedaba con cada prenda. 25 Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. 26 Un letrero anunciaba el cargo en su contra. Decía: «El Rey de los judíos». 27 Con él crucificaron a dos revolucionarios, uno a su derecha y otro a su izquierda.

 

29 La gente que pasaba por allí gritaba insultos y movía la cabeza en forma burlona. «¡Eh! ¡Pero mírate ahora!—le gritaban—. Dijiste que ibas a destruir el templo y a reconstruirlo en tres días. 30 ¡Muy bien, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz!».

 

31 Los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa también se burlaban de Jesús. «Salvó a otros—se mofaban—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! 32 ¡Que este Mesías, este Rey de Israel, baje de la cruz para que podamos verlo y creerle!». Hasta los hombres que estaban crucificados con Jesús se burlaban de él.

 

33 Al mediodía, la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. 34 Luego, a las tres de la tarde, Jesús clamó con voz fuerte: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

 

35 Algunos que pasaban por allí entendieron mal y pensaron que estaba llamando al profeta Elías. 36 Uno de ellos corrió y empapó una esponja en vino agrio, la puso sobre una caña de junco y la levantó para que él pudiera beber. «¡Esperen!—dijo—. ¡A ver si Elías viene a bajarlo!».

 

37 Entonces Jesús soltó otro fuerte grito y dio su último suspiro. 38 Y la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.

 

39 El oficial romano que estaba frente a él, al ver cómo había muerto, exclamó: «¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!».

 

40 Algunas mujeres miraban de lejos, entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor y de José), y Salomé. 41 Eran seguidoras de Jesús y lo habían cuidado mientras estaba en Galilea. También estaban allí muchas otras mujeres que habían venido con él a Jerusalén.

Jesús fue golpeado, maltratado, burlado, torturado de una forma tan brutal e injusta, pero lo pudo soportar por el gran amor que tenía por ti y por mi. Ese trato era lo que yo merecía, pero Cristo, en su gran misericordia, tomó mi lugar. De pensar que cuando Jesús estaba siendo azotado, golpeado, y clavado a una cruz, él estaba pensando en mí. Lo soporto por mi. 

 

El pecado nos separa de Dios. El pecado nos hace merecer la muerte. Pero Jesús sintió el abandono de su padre, experimentó la separación que nosotros, como pecadores, merecemos para que pudiéramos recibir la reconciliación. Ese es el efecto de la cruz para todos los que confían en Jesús. Antes de la cruz, fuimos expulsados ​​de la presencia de Dios; gracias a la cruz, ahora somos invitados a la presencia de Dios.

 

Esta entrada a la presencia de Dios explica por qué, justo después de la muerte de Jesús, el velo del templo se rasgó en dos. Dios derribó la barrera que separaba la humanidad de Dios para que los pecadores que merecían el infierno pudieran ser recibidos con seguridad en la presencia de Dios.

 

Lo que ocurrió en la cruz fue mucho más que un hombre muriendo en un poste de madera. Fue el Dios santo del universo quien dio a su Hijo para morir nuestra muerte, soportar nuestra condenación y sufrir nuestra separación para que pudiéramos ser declarados justos y recibidos en su presencia.

 

Dios te ama tanto y esta salvación está gratuitamente disponible a cada persona que clama a Él.

 

REFLEXIONA: ¿Has aceptado el amor y la salvación que Dios quiere darte? ¿Reconoces tu necesidad de ser salvado? ¿Qué pecado te ha separado de Dios? ¿Qué es lo que Cristo ha hecho en tu vida? ¿Está tu corazón realmente lleno de gratitud por lo que Él hizo por ti? ¿Cómo puedes darle gracias a Dios?

Toma unos minutos para pensar sobre esto y escribe tus reflexiones en una libreta o en una aplicación de notas.

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